Atravesar las cortinas de plástico y oír
mirando las botellas de Marcela en el estante más alto
y una telaraña empolvada
entre el techo y dos picos,
Heartbreaker del Led Zeppelin II,
un día de invierno ezquizofrénico,
peligroso de piedra.
Miento. Es al revés.
La canción es la que trae de memoria
los detalles, la que empolva la tela
entre los cuellos y el cielo.
No escuché Heartbreaker esa vez
aunque si ahora la escucho ya estaba;
como esas guitarras que al cambiar
el cassette de equipo
se vuelven más audibles.
No se prendería aquel silencio o espera,
que reabre en su retorno el espacio,
mientras busca los puchos
que un amigo le pidió el almacenero,
si no me enloqueciera este riff
si la belleza no brillara en el registro del grito.
Rock, almacén vibrante
de ladrillo a la vista contra el gris.
Miento, sí: la verdad
está en la relación.
mirando las botellas de Marcela en el estante más alto
y una telaraña empolvada
entre el techo y dos picos,
Heartbreaker del Led Zeppelin II,
un día de invierno ezquizofrénico,
peligroso de piedra.
Miento. Es al revés.
La canción es la que trae de memoria
los detalles, la que empolva la tela
entre los cuellos y el cielo.
No escuché Heartbreaker esa vez
aunque si ahora la escucho ya estaba;
como esas guitarras que al cambiar
el cassette de equipo
se vuelven más audibles.
No se prendería aquel silencio o espera,
que reabre en su retorno el espacio,
mientras busca los puchos
que un amigo le pidió el almacenero,
si no me enloqueciera este riff
si la belleza no brillara en el registro del grito.
Rock, almacén vibrante
de ladrillo a la vista contra el gris.
Miento, sí: la verdad
está en la relación.
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