El fuego lo escupió la Catedral.
El fuego fino.
Y no sonaron las campanas,
sonó el Negro
y cuántos más. El Negro Silva.
dejó servida la bendita a los nenes de Carlés
que subieron temprano.
-al que madruga, Él lo ayuda-.
el disparo tras la cruz
el caño
asomado por la herida.
y al aire se sumó el sombrero
como un pájaro alocado
al que le arrasan su árbol.
-justo iglesias se venía a llamar-.
-parece no animarse a ser pregunta-.
Otra vez desde arriba.
Del “perdona, no saben…”
lo que no perdonó.
Estiró Tomás la herida
y el caño encontró su ojo
para apuntar.
La bala encarnada
en el Verbo.
¿De dónde?
Otra vez el disparo, de la cruz.
Los patoteros del Mulato
desde arriba
a separar lo de abajo.
de silencio negro,
y el badajo infinito de la bala
caliente en el cerebro;
no se puede pensar
una idea tan rápido.
¿Y al Celedonio qué?
Dos escarapelas
de sangre
en el estómago
le descolgaron el corazón.
Y a cuántos más.
Huelga recordar
que el tiempo repite
huelga.
desde allá
de la herida a la herida
del muerto al muerto,
por nacer.
1 comentario:
Impresionante. Excelente. Emocionante. Merecido por cuatro! Darío Carrazza
Publicar un comentario